Atraviesa la cultura pop con un sombrero puntiagudo y risotadas agudas, la bruja es una figura escurridiza del poder y el misterio. Representadas muchas veces como la encarnación del odio a los niños (por ejemplo, en Las brujas de Roald Dahl) y por su amor por el mal (no hace falta mirar más allá de las Fatídicas Hermanas del Macbeth de Shakespeare), así como por sus conocimientos y capacidades para crear y curar (como en Harry Potter), las brujas siempre han sido un reflejo del zeitgeist. Tanto si transmite cómo es la relación de la sociedad hacia las mujeres —a menudo, compleja, sobre todo hacia las que tienen poder— o la imagen colectiva hacia a los rituales y la hechicería. Sin embargo, la bruja moderna se ha envalentonado con un tenaz feminismo que desafía a su definición tradicional: no se mueve en espacios blancos o negros, sino en las zonas grises. La bruja contemporánea no es ni buena ni mala, solo es.
La brujería existe en los espacios fronterizos. Como el arquetipo de la bruja, no para de metamorfosearse, no está ni aquí ni allí, no encaja del todo bajo una única etiqueta. Se define mejor como un atávico sendero espiritual arraigado en los ciclos de la tierra y las estaciones, en los del cosmos y los del yo. Echa raíces en el empoderamiento personal y bebe de la influencia de la cultura que rodea a cada bruja. La belleza de la magia es que es más efectiva y potente cuando es profundamente personal.
Mi aventura con la brujería empezó con mi familia. Mi padre, un rabino reformista, y mi madre, de la comunidad judía de Ciudad de México, fomentaron mi obsesión con lo espiritual desde una edad muy temprana. Él siempre alentó mi curiosidad por lo desconocido y por la religión, mientras que mi madre ha compartido conmigo prácticas como el yoga, los cristales curativos, el mindfulness y la meditación desde que era una cría. Sin embargo, a los 11 años, cuando descubrí la magia, pensaron que era una fase; el estigma que rodea la “brujería” aún era muy fuerte, mucha gente consideraba que era algo “maligno”, especialmente en el Cinturón Bíblico, que es donde me crie. 13 años más tarde, las cosas han cambiado mucho y la magia, una vez más, vuelve a ser parte del sentir contemporáneo; cada vez más personas descubren el lado positivo de esta práctica, que se basa en nociones como la conexión y la comunión con la naturaleza y el amor.
Mi práctica personal implica dedicarme a lo Divino Femenino; trabajar con magia sexual usando los orgasmos para aumentar la energía con un propósito concreto; trabajar con los ciclos de la Luna y las estaciones, y emplear la meditación diaria junto al tarot, la respiración consciente, la terapia, la cura y los rituales de energía para hallar el empoderamiento en nuestra cotidianidad. También implica verme a mí misma y a mi poder sanador como parte de la consciencia colectiva.
Las particularidades de la magia son diferentes para cada bruja. Así, para sumergirnos en ese mundo tres mujeres, de México, Japón y Arizona, comparten con nosotros por qué es una de las prácticas más inclusivas de nuestra época.
Bere Parra
39 años, Ciudad de Guanajuato, México
Bere Parra es asesora de comunicación freelance, ayuda a sus clientes en ámbitos como el copywriting, las redes sociales y la gestión de comunidades en línea. Su magia abarca infinidad de aspectos; su brujería arraiga en la devoción al yo, en el satanismo y en honrar a lo rebelde divino. “Mi marca personal en la magia y la brujería incorpora principios del satanismo laveyano, del luciferianismo y de algunas tradiciones de la Wicca. A menudo trabajo con los poderes de la Luna y con la ayuda de la diosa Lilith, dependiendo del asunto que tenga entre manos”, explica Parra
La magia de Parra surge de un linaje matriarcal de sanadoras. Su bisabuela era bruja, una curandera de Oaxaca, en el sur de México, a la que acudía la gente de su comunidad cuando necesitaba sanar el cuerpo o el espíritu. Esta tradición la heredaron Parra y su madre, que incorporan sus propios rituales y prácticas de magia en su vida cotidiana. Aunque México es un país muy católico, la brujería sigue siendo una parte muy importante de la cultura del país. “Los mexicanos son gente de mente abierta, únicos y contradictorios”, añade Parra. “No nos gusta seguir las reglas a rajatabla. La gente, aunque sea católica, también practica la astrología o va a que le echen las cartas del tarot o visita a las brujas para que les hagan limpias (limpiezas)”.
Sin embargo, en México, el satanismo sigue siendo tabú, ya que mucha gente en todo el mundo sigue teniendo conceptos erróneos sobre lo que implica esta práctica. “El satanismo tiene que ver con la individualidad, con la subversión y la rebelión, sobre tener la fuerza y el arrojo para ser original y caminar al ritmo que tú misma te marcas. No ‘adoramos al diablo’, es una práctica mucho más rica y compleja”, explica Parra. “En el satanismo laveyano no veneran a ninguna divinidad, son ateos. En el satanismo teísta, como el que yo sigo, practicamos ciertos rituales o prácticas que sí que implican la veneración a una deidad, pero no nos adherimos a ningún canon específico”.
Madoka
29 años, Tokio, Japón
Madoka es investigadora de la realidad virtual y aumentada, su práctica espiritual y artística personal va combinando, a medida que explora el mundo de la magia, la adivinación y el chamanismo. Vive entre Tokio y Los Ángeles, y su labor disecciona las diferencias entre ambas culturas y la fusión del feminismo y la brujería en EE. UU. Su experiencia con la magia comenzó cuando una amiga le enseñó su baraja del tarot de Thoth de Aleister Crowley. Como animadora y artista, enseguida se quedó fascinada por la belleza alucinatoria y los arquetipos de las cartas; un año más tarde empezó a llamarse “bruja” con mucho orgullo. “Me interesa mucho la cultura de la Costa Oeste estadounidense; estudié brujería en 2018 en San Francisco con la activista feminista Starhawk”, dice Madoka. “Practico muchos rituales y lanzo hechizos, hago búsquedas de visión, invocaciones y medito cada día”. También trabaja con diferentes estilos de adivinación oriental y occidental, entre ellos, el I Ching (un antiguo texto chino), el tarot, el feng shui y los Cuatro Pilares del Destino (adivinación china).
Mientras que la brujería es una parte predominante de la cultura estadounidense, que ha bebido de la energía mexicana, en Japón tiene otros visos, ya que la mayoría de la población es politeísta. “La cultura de la brujería que hay en Los Ángeles es enorme, si la comparamos con la de Japón, aunque la mayor diferencia es que en mi país no se considera algo contracultural, ya que el cristianismo no es el credo mayoritario. El paganismo y el budismo son las confesiones más presentes, por eso es difícil encontrar a personas que se identifiquen como brujas”, explica Madoka. “En mi país, la gente cree que hay ocho millones de deidades en el mundo. Piedra, madera, tierra, mares, ríos… Todo son deidades. Para nosotros, es normal pensar así”.
Taylor Cordova
31 años, desierto de Sonora, Fénix del Sur, Arizona
Taylor Cordova pasa sus días inmersa en la magia. Esta artista e historiadora del arte combina su trabajo como profesora de pintura en una escuela primaria con una tienda por internet llamada The Flowerchild Bruja, donde vende cristales y varas de incienso caseras, hechas de plantas sagradas como la rosa, la lavanda y la artemisa, usados para limpiar la energía de un lugar. “Mi práctica personal tiene mucho que ver con la comunión con el espíritu de Gaia, la deidad de la Madre Tierra. Trabajar en el altar y cultivar un espacio sagrado son mis maneras preferidas para conectar mi devoción con el espíritu y la práctica”, explica Cordova. También lleva a cabo otros rituales arraigados en el misticismo de lo divino femenino. “La magia sexual y trabajar con mi sangre menstrual son algunas de las prácticas más tabú que llevo a cabo, pero, francamente, siempre depende de lo que me parece adecuado para cada momento. El espíritu comunica qué tipo de práctica es más beneficiosa para cada instante”, añade.
Criarse en el desierto ha sido una parte fundamental de la relación de Cordova con su magia. Las montañas, sobre todo el South Mountain Park y su reserva, la iniciaron en esta práctica tan antigua. Como bruja afrolatina, su cultura se mezcla con la sabiduría del desierto en infinidad de cosas. “Mi cultura dicta cada paso que doy. Está en la manera en que muevo las manos, en la manera en la que lanzo hechizos con las caderas, en la voz y en la manera de rezar. Todas mis culturas están presentes en la manera en la que ofrendo mi devoción. El desierto de Sonora, la comunidad del sur de Fénix en la que me crie y mis antepasados africanos son factores más que relevantes en mi práctica, pero al estar mezclados de una manera tan bonita y difusa, es difícil decir todas las maneras en las que mi cultura da forma a mis prácticas”.
Halloween —o Samhain para quienes sigan la rueda del año pagana— es el Año Nuevo de las brujas y el momento perfecto para empezar a explorar la magia. Sin embargo, cada cual puede iniciarse en este camino cuando sienta que le ha llegado el momento, sin importar dónde esté. Siempre es tiempo de brujas y todo el mundo es bienvenido…
(FUENTE: vogue.es)
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